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VALL DE GALLINERA

La "Vall de Gallinera" es un valle alargado, en forma de corredor con dirección NE-SO, en el que tiene su nacimiento y discurre el río Gallinera.
Está totalmente rodeado por montañas: la sierra del Almirante, la sierra de Albureca y la sierra Foradada.
La intensa y esperada floración de los cerezos del Vall de la Gallinera, situado en la Marina Alta de Alicante, da al paisaje el aspecto de una copiosa nevada. Este hecho, sumado a la impresionante orografía del lugar (un ceñido desfiladero entre gigantescos paredones calizos, el silencio dominante, los restos de castillos musulmanes, las casas de piedra, el andar pausado de sus vecinos y el microclima) convoca en los meses primaverales a cualificados grupos de naturalistas, adictos a la belleza que aguardan, nostálgicos, la ocasión de volver a uno de los últimos reductos moriscos de la provincia.
Los mudéjares habitaron en el valle hasta 1609, cuando el duque Borja de Gandía decretó su expulsión y fueron embarcados en el puerto de Denia camino de Africa, deshaciendo la convivencia de una comunidad que profesaba dos religiones y culturas muy diferenciadas, ejemplo de tolerancia y mestizaje. Lo que el duque no pudo desterrar fue la memoria de aquellos antepasados que todavía se hace presente en el rumor del regadío, las palmeras, norias, aljibes y acequietas, los tinajeros, las callejas torcidas y empinadas, el castillo de Benirrama engastado en una muela rocosa o la toponimia: Benirrama, Benialí, Benissivà, Benitaia, Benissili...,
Y es que aquí los nombres de casi todos los pueblos tienen el prefijo beni, comparable, por su tipología, con la familia o los hijos de: los Rama, el hijo de Alí, Issivá, etc... El valle de la Gallinera es el paso natural de las comarcas interiores de Alcoy y el Comtat con la planicie de las Marinas y el Mediterráneo, un trayecto de treinta kilómetros en los que el viajero descubre escenarios de singular belleza y vegetación, zonas de acampada, barrancos espectrales, hospederías con encanto, pinturas prehistóricas, cuevas visitables de enormes dimensiones, senderos que zigzaguean por el valle, nacimientos de agua y restaurantes de cocina popular con ribetes de modernidad. La Gallinera se esconde entre las escarpadas sierras del Almirante y de Alfaro (945 metros de altitud), las más septentrionales de la provincia de Alicante. Hay que dejar atrás Pego y ese manto de naranjos y vinagrillos en flor que se extiende hasta el mar de Oliva, para continuar por la carretera de Concentaina a través del desfiladero que bordea el cauce seco, quebrado y profundo del río Gallinera, enmarañado de cantos rodados, cañas, baladres, oliveras, pinos, algún algarrobo, desechos y restos de un incendio.
Son una decena de kilómetros de vueltas y revueltas hasta que el horizonte se despeja y el valle de la Gallinera se ofrece al visitante sugerente y fecundo, especialmente ahora, recién nacida la primavera, cuando despierta del letargo invernal, se sacude los últimos fríos y borran las yemas de los cerezos. Protegidas por una denominación de origen que regula su producción y comercialización, son las cerezas de esta comarca las primeras en llegar al mercado... y se cotizan a buen precio. La aceituna, el cultivo alternativo, se recoge a finales de otoño y principios de invierno, y en menor medida la naranja, el algarrobo, la almendra y la uva.
La suavidad del clima, fruto de la cercanía del Mediterráneo y del resguardo de las altas cadenas montañosas, son factor determinante en una economía que, en gran medida, depende de una agricultura de montaña heredada de aquellos musulmanes que, tras su expulsión, fueron sustituidos por familias mallorquinas, raíces que se manifiestan en la peculiaridad del acento valenciano y en la inclinación por la sobrasada. «Corazón de la cereza», se lee a la altura de Benirrama, un pueblo blanco encaramado a la umbría de la sierra de Alfaro, bajo el castillo. Es uno de los que blanquean estas laderas cuajadas de hortalizas, pinos, olivos centenarios, algarrobos, almendros, naranjos y cerezos. Más adelante salen al encuentro Beniali, Benitaia, Benissiva y Benisili, donde se alza el castillo del mismo nombre. Los pobladores prehistóricos empezaron a escribir la historia del valle en las pinturas macroesquemáticas de algunas cuevas próximas a Castell de Castells. Cada vez son más frecuentes las visitas de centroeuropeos afincados en la costa que descubren en el valle otra forma de vida: la posibilidad de conocer el barranco de la Encantada, ver los saltos de agua y bañarse en el río, subir al castillo de Gallinera, caminar por senderos que llevan a buen número de fuentes e impresionarse con el espectacular Barranco del Infierno (reservado a montañeros dado que es necesario realizar difíciles travesías horizontales, con puntos donde es imposible el retorno). No faltan en tan agrestes parajes cuevas susceptibles de visitar, como la del Rull, la cueva de las Calaveras, y la del Canelobre, de grandes dimensiones y desniveles.
En general, la Vall de la Gallinera ofrece un mar de sensaciones capaces de agradar incluso al paladar más selecto.
INFORMACIÓN RECOGIDA EN EL DIARIO LAS PROVINCIAS.

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