Dejando a un lado los temas religiosos (como sabéis no son de mi agrado), he de reconocer que la visita a Orito me impresiona siempre que voy.
Aquel santuario alejado de la
"mano de Dios", perteneciente a Monforte del Cid y encumbrado en la cima áspera y seca que lleva su nombre (Sierra de San Pascual), tiene la virtud de atraer y resaltar la atención de todo el mundo: incluídos ateos y agnósticos como yo.
¡Qué devoción más humana y sencilla!
La Fe, en caso de existir, seguramente es así... Nada de grandes templos y catedrales envueltas en falsos adornos de oro.
Puedo suponer que los primitivos y
"verdaderos" religiosos actuaban de la misma manera que actua el sacerdote de Orito: un simple ermitaño franciscano más preocupado por mostrar la esencia de la adoración a San Pascual que de engalanar el recinto.
Por ello, la escapada a la Cueva de Orito siempre es un lujo... sobre todo en días tan calurosos y bonitos como hoy. Allí hay una inscripción que reza:
"Al Padre Jesualdo de Bañeres y a su pedanía de Orito, en memoria de un buen Franciscano Capuchino que nos ayuda a refrescar la vida de San Pascual"
Como digo, los no-creyentes tan sólo podemos rendirnos a la evidencia que se siente al entrar en la cueva: que aquellas personas ofreciendo sencillos ramos de flores y arrodillándos
e ante la imágen del patrón, realizan ese acto movidas por el fuerte respeto que sienten hacia la figura de San Pascual.
Su biografía está muy unida a Orito; no en vano, él mismo relata así su estancia en la pedanía:
"Un tiempo después me salió la proposición de pastorear el ganado del señor Aparicio Martínez en Monforte del Cid, y allí que me fui. Estuve, por lo menos, dos años, y trabé amistad no sólo con el mayoral, Antonio Navarro, sino, incluso, con los zagales.
Luego pasé a Elche, a las órdenes del dueño del ganado Bartolomé Ortiz; un ganado muy grande que para buscarle pastos no sólo había que ir hasta Orito, sino por toda la Vega Baja.
En los cuatro años que pasé trabajando como pastor por estas tierras hice grandes amigos, pero, sobre todo, me encontré con los frailes Alcantarinos que estaban fundando convento en Orito y en Elche. Estos religiosos pertenecían a la Orden Franciscana y, para ser más consecuentes con la vida de S. Francisco y con el Evangelio, habían hecho una Reforma -los Descalzos- de mayor austeridad y contemplación, siguiendo los pasos de S. Pedro de Alcántara.
Trabé una gran relación con ellos y pude comprobar que era la forma de vida que siempre había deseado vivir, hasta el punto de pedirles que me admitieran. Sin embargo las cosas grandes necesitan cierto tiempo para madurar; y mi decisión de hacerme fraile Alcantarino era para mí una cosa grande.
La mayor herencia que pudieron dejarme mis padres, ya que eran pobres, fue enseñarme a ser un cristiano honrado y consecuente. En mi oficio de pastor siempre intenté ser justo y solidario con mis compañeros. Cuando algunas ovejas, en un descuido, entraban en algún sembrado, solía apuntar en mi librito, forrado de piel, el nombre del dueño para resarcirle de los daños; y si no tenía tinta, tomaba un poco de sangre de la oreja de algún cordero. Para evitar esos daños, trataba de no ir por sendas que estuvieran entre trigales. Pero si, por desgracia ocurrían, o lo pagaba con mi dinero o les ayudaba a segar, que para eso llevaba una hoz en el zurrón.
Otra de las cosas que me enseñaron mis padres fue a respetar lo ajeno. En una ocasión, siendo todavía niño, un mayoral trataba de obligarme a que robara uvas para comer los pastores. Yo me negué en redondo aduciendo que no pensaba hacerlo, y si quería uvas que se las comprara. Esta actitud la mantuve siempre, por lo que nunca tomaba fruta de los árboles por donde pasaba.
Siempre traté de ser honesto con los demás e ir con la verdad por delante. Tan es así que cuando me tocaba ir a declarar, por algún problema con el rebaño, el juez nunca me pedía el juramento, cosa extraña entre pastores que teníamos fama de mentirosos. Otra cosa que siempre procuré fue aceptar mis responsabilidades. Como algunas veces llevaba zagales a mi cuidado, tuve que comprarme un reloj para saber con exactitud las horas de salida y de llegada, así como el tiempo para las comidas.
A estos zagales, prácticamente unos niños, yo les enseñaba el catecismo y los secretos del oficio, como el no tirar piedras a las ovejas o llevar cuidado con los mastines para que no mordieran a los transeúntes. Y como las enseñanzas entran mejor con los ejemplos, yo trataba de ser alegre y comprensivo con ellos, a pesar de mi carácter reservado, acompañando sus cantos con el rabel y haciendo las faenas más duras y molestas. Ellos, a su vez, también me hacían algunos favores, como tener cuidado del ganado cuando, todas las mañanas, asistía a misa en la ermita
Una vez el dueño del ganado me llamó la atención porque siempre lo llevaba al mismo sitio, los alrededores de Orito. Y era cierto, pues tanto me admiraba esa vida que llevaban los frailes, que estaba siempre cerca de la ermita de Nuestra Señora de Loreto; dormía en una loma cercana al convento y por la noche iba a orar a la puerta del santuario de la Virgen, y por la mañana a misa. Por lo que le contesté al dueño que ni yo ni el ganado nos encontrábamos bien fuera de allí; una prueba de ello era que el ganado engordaba a la vista de Nuestra Señora.
Este continuo merodear por la ermita era una expresión de mi madurez como cristiano. Aunque siempre me habían atraído, pues al centrar mi mirada en ellas casi veía a la Virgen o al Señor -objeto de mi oración-, ahora sentía una fuerza que me arrastraba a compenetrarme con Jesús, olvidándome por completo de lo que pasaba a mi alrededor. Algún compañero llegó a decir, incluso, que me elevaba del suelo."
En verdad tuvo que ser un gran sacerdote y una mejor persona.
A su figura está dedicado todo este recinto, muy bien reformado por la Diputación en el año 2004.
Accedemos a él como antaño: un empinado sendero por el que apenas caben dos coches; la diferencia radica en que la carretera ha sido debidamente asfaltada y nuestros vehículos no "
sufren" como hace años. La ascensión, sin embargo, no ha cambiado con el tiempo. A mano derecha tenemos una frondosa pinada y a mano izquierda el desfiladero de la montaña que se pierde en el vacío.
En la nueva zona de aparcamiento se han habilitado merenderos, una zona de juego infantil, fuentes de agua fresca y varios miradores. En esos miradores, la Diputación ha colocado unas baldosas de marmol con información de los montes y poblaciones que nos rodean.
La vista es impresionante: desde Elche hasta San Juan; desde El Portichol hasta Fontcalent. Unos senderos rústicos de tierra recorren la cercanía invitando al montañero a pasar unas horas entre sierras, barrancos y campos vírgenes.
El caserío, unos metros más arriba, ha sido reformado en sus alrededores con fuentes, plantas y más miradores. A los pies de la gigantesca figura de San Pascual tenemos un rótulo que muestra el sentimiento de los monfertinos hacia este hombre.
"Glorioso San Pascual: Tus devotos te levantamos este monumento que nos recuerda tu presencia en esta tierra de Orito, corazón del valle del Medio Vinalopó"
Como he dicho, la visita es todo un lujo.
Naturaleza, aire fresco, grandes vistas, paz, tranquilidad y montaña.
Para el buen creyente supone, además de lo citado anteriormente, la posibilidad de estar en comunión con un Santo tan cercano al pueblo que parece que aún está con nosotros.
Es más, allí mismo me hice una foto en el monumento dedicado al Camino de Santiago que reposa junto a una valla de madera con unas vistas increíbles a TODAS las sierras del lugar.
Esta noche subiré también esa foto.
Se me había olvidado citarlo.
Gracias por recordármelo.