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El biberón

Cuando tienes hijos y lo que te despierta de ese maravilloso sueño es la voz del pequeño pidiéndote el biberón a gritos, pues sales volando de la cama, con los ojos casi cerrados (como yo ahora que tengo una conjuntivitis de caballo, que casi no puedo ni escribir) para: - buscas un biberón limpio (milagro si lo encuentras sino te toca limpiar uno) - metes la mano en la nevera en busca de la botella de leche (milagro que llegue para un biberón y tienes que buscar otro y abrirlo) - acertar con la medida y corriendo para el microondas - ahora viene lo duro: la temperatura Todo esto descalzo y con peligro de electrocutarme recordando esas películas en que se cae la leche al suelo y tu tocando el microondas y bzzzzzzzzzzzz o mientras tocas el electrodoméstico, se va acercando a tus pies el agua que se había salido de la lavadora por no haber limpiado el filtro que te avisó tu mujer hace más de 3 meses y bzzzzzzzzzzzz Una vez alcanzada la temperatura perfecta (comprobada con el dedo meñique de la mano izquierda) y, mientras dure todo el proceso, estas escuchando los gritos de tu hijo pidiendo ese bibe y tu rezando que no despierte a tu otro hijo que duerme en la misma habitación. Sales corriendo como poseído por los demonios, llegas a la cuna y le arrimas el biberón, sin apenas luz para verle la cara pero se la ves: a cámara lenta vas viendo su cara angelical deseando ese biberón y notas que el silencio se apodera de toda la casa y sientes la paz en tu cuerpo y tus ojos se van cerrando de nuevo cuando de repente todo acaba con un grito espantoso del peke: buaaaaaaaaaaaaaaaaa!!! Con las prisas me olvidé de ponerle la tetina

NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!

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