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Sin duda, el siglo XIX fue la época de mayor talante liberal de los alicantinos.

Abiertos a todos los cambios y deseosos de eliminar viejas y caducas costumbres.
Prueba de ello la fantástica aprobación y el gozo popular de la nueva Constitución española de 1812 y la completa desaparición de la Inquisición.
En esta época, Alicante tiene 20.000 habitantes...; pero han recibido una especial herencia de sus antecesores: una ciudad asfixiada por sus murallas.
Aunque no resultó tarea fácil derribarlas, todo lo contrario, fue preciso recorrer un largo camino: recordemos que Alicante estaba encintada desde el siglo XVI entre sus caminos por gruesas murallas que descendían desde lo alto del Castillo de Santa Bárbara hasta el final de la avenida de Alfonso el Sabio.
Hasta hace no muchas décadas quedaban restos por la ciudad de murallas que bajaban hacia el mar por la actual Rambla. Cuentan los escritos que en cada una de sus entradas había altos torreones, algunos con capilla (San Sebastián, Monserrate...) y sin que faltara su casalicio con una devota reproducción de la Santa Faz.
Fue una época brillante, en el sentido comercial y laboral. Circulaba el dinero, se edifican decenas de casas en los barrios periféricos; se construye la carretera de Alicante a Alcoy por la Carrasqueta; contaba la capital con dos refinerías de petróleo, cuatro fábricas de harinas, una de chocolate; empieza a funcionar la compañía de alumbrado publico y calefacción por gas; abre el primer asilo de ancianos, en la calle del Cid; se reorganiza el Parque de Bomberos y se inaugura la Casa de Socorro en la primera planta del Palacio Municipal.
Fue el siglo de la revolución industrial.

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