Tenemos una deuda con nuestros abuelos. A veces lo olvidamos. Es cierto. Pero no por culpa nuestra. Somos la sociedad de la comodidad y del lujo, así como nuestros padres fueron de la sociedad del cambio y de la revolución. Sin embargo, nuestros abuelos pertenecieron a otro mundo: al mundo del hambre, la miseria, la guerra y el miedo. Un mundo sumido bajo una Guerra Civil tan brutal como cualquier otra guerra... más aún, si pensamos que en nuestra Guerra Civil luchábamos con personas que habían sido nuestros vecinos, amigos e iguales. Los puertos del Mediterráneo, y especialmente el de Alicante, fueron para los simpatizantes de la República la puerta de huida a las represalias del franquismo. Varios barcos soltaron amarras, entre ellos el Stanbrook, en la foto adjunta, en el que muchos de estos exiliados consiguieron salir de España. En esta foto de la salida del Stanbrook del Puerto de Alicante, vemos la huida hacia la "libertad" de hombres que bien pudieron ser abuelos nuestros. La página web "Memoria Histórica" relata el horror de uno de esos alicantinos, Gabriel Aguilera: «El puerto de Alicante era una ratonera en la que nos concentrábamos miles de personas. Allí había gente con cargos políticos, dirigentes sindicales, niños y mujeres (...) No teníamos comida y tampoco agua suficiente. En todo momento la idea de huir estuvo presente pero llegó mi oportunidad, convocaron a los más jóvenes para ponerlos en libertad. Fingí que tenía 16 años y dije que fue una confusión que yo estuviera allí. Finalmente me dejaron salir bajo la frase de nunca se te ocurra ayudar a un rojo». Capturado al final por el ejército nacional, fue condenado a 15 años de cárcel... pasando por la dureza del campo de reclusión de Albatera. Historia como la suya hay a cientos.... a miles. Mucho se perdió con el paso del tiempo. El olvido tras una guerra es un arma necesaria para sobrevivir y para perdonar a nuestros enemigos. Pero también es el culpable de que generaciones como la mía no seamos capaces de valorar o comprender nuestro pasado. ¡Qué nunca caigamos en ese error!
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